En estos tiempos de celebración del llamado Bicentenario se agudiza la confusión sobre la realidad de los acontecimientos históricos. Nunca he sido fervoroso creyente en los símbolos de nuestra historia, y creo que nos han embaucado desde los primeros años de nuestra instrucción escolar con nombres, fechas y sucesos que ni tienen importancia, ni tienen – muchas veces - un gramo de verdad.
Tengo mi domicilio cerca de una calle llamada Hidalgo, y una revisión somera de la guía de la zona metropolitana arroja la cantidad de 1,258 calles, avenidas, cerradas, callejones y otras categorías que llevan el mismo nombre. Por ociosa curiosidad busqué en el mapa de la ciudad de Londres - del
Greater London, o sea, la zona conurbada- alguna cosa equivalente, y puse “Wellington” (un héroe nacional de importancia para los ingleses como quizá lo sea Hidalgo para México), con las categorías “street”,”avenue”, “road”,“lane”, “close”, “mews”, “gardens”, “grove” y “park”, que son tal vez las más usadas en la nomenclatura callejera. Encontré un total de 11 casos.
Pero toma en cuenta, me podrían argumentar, que Hidalgo es el
Padre de la Patria, en tanto que Wellington no tiene esa designación honorífica, a lo que yo podría contestar que no sé a cuento de qué le inventaron a aquél dicha calidad de progenitor y, en todo caso, Wellington fue un
winner, mientras que Hidalgo, al término de los escasos cinco meses en que se mantuvo a la cabeza de su movimiento puede calificarse como un
loser. ¿Por qué – insisto – tanto reconocimiento, tanto homenaje, tanta veneración, a un personaje que participó sólo efímeramente en aquella compleja guerra que duró casi exactamente 11 años? Y que, por añadidura, no manifestó en ningún momento rasgos de talento político o militar significativos.
¡Uy, palabras sacrílegas! Pero es que, regresando al tema inicial, sucede que acabo de ver por la televisión, en el
Discovery Channel, el primer episodio de una serie llamada
El grito que sacudió a México, que trata de lo sucedido en los primeros meses de aquella gesta iniciada en 1810. Y me llamó la atención la manera como el guión se aparta radicalmente de la ortodoxia nacionalista mexicana y, sin estridencias, presenta una versión de los hechos que calificaré como muy verosímil. Hidalgo perseguía integrar a los criollos - no a los
indios - a los centros de decisión política y administrativa; su propósito no era independizarse de España sino, por el contrario, apoyar a la depuesta monarquía borbónica en contra de los invasores bonapartistas; el personaje que tenía las credenciales apropiadas para liderar el movimiento era Allende, y no el
cura; la
Corregidora era simplemente la señora de la casa donde se reunían los conspiradores – amable y simpática anfitriona, que no participante activa -; no hubo tal
Grito ni se convocó a la gente mediante la
campana de Dolores la noche del sábado 15 de septiembre sino hasta el 16, aprovechando que era domingo y la gente concurría espontáneamente, de haciendas, rancherías y caseríos cercanos a Dolores, a cumplir con los ritos religiosos dominicales.
Añado que la serie en cuestión, hecha con actores no profesionales pero, como en los programa de ese tipo en ese y otros canales norteamericanos (
NatGeo o
History Channel), conducidos con corrección en lo que se refiere a vestuario y ambientación, ha sido asesorada por un grupo amplio de historiadores mexicanos, de la UNAM, El Colegio de México, la Universidad Iberoamericana y El Colegio de San Luis Potosí, es decir, no se trata de una visión ramplona de “extranjeros malintencionados ignorantes de nuestra gloriosa historia patria”.
Y presenta, sin tapujos, a Hidalgo como un hombre que no tenía las cualidades que lo hubieran hecho un líder revolucionario capaz de llevar a su movimiento a buen final. Su fugaz participación en la guerra, y su pronta captura y fusilamiento, se debió más que nada a los gravísimos errores estratégicos que cometió, en contra de las opiniones de Allende. Y sus seguidores, por desgracia, fueron principalmente campesinos hambrientos, y asesinos y ladrones liberados de la cárcel por el
cura, todos ellos atraídos por las perspectivas del pillaje y el saqueo de las poblaciones que caían en sus manos; gente, pues, sin la disciplina que requería un ejército revolucionario.
¿El
Padre de la Patria? Pues creo que no; más bien, que nos han vendido – desde la escuela primaria – a un personaje muy cuestionable. Y es que no tenemos muchos héroes: de ahí, pues, las 1,258 calles que llevan su nombre, para confusión de quienes simplemente buscan una dirección.